A punto de cumplir los 16 años, Alfonso XIII toma las
riendas del poder, y lo hace con la ilusión del que se sabe heredero anticipado
de una responsabilidad de la que se cree autosuficiente para gestionar solo con el impulso de su
juventud. El fallecimiento de su padre antes de cumplir los 16 años, viene con
la imposición de la corona. Y desde Europa despierta no poca curiosidad y
cierto asombro por la forma en la que afronta su mandato.
Desde el inicio de su mandato, busca aproximarse hacia el
pueblo, e inicia una gira de visitas por toda España, habla con las autoridades
locales, se deja ver por los pueblos, charla con sus vecinos y se deja ver
practicando deporte. La prensa le describe como cercano, simpático y expansivo
con todo el mundo.
Sin embargo, tanta cercanía no es mas que un plan estratégico
urdido pos su madre, la Reina María Cristina, pero del que Alfonso XIII capta
con rapidez y hace propio el plan siendo consciente del poder propagandístico y
mediático de su cargo: “En nuestros reinos no se reina por tradición, sino por
la simpatía y actos personales del soberano”. En esta frase reflejada en una de
las cartas enviada al monarca portugués Manuel II, describe la moderna
ideología muy apartada de la corriente autoritaria e imperialista de sus
colegas centro europeo. Un republicano convencido como lo es Unamuno, afirma
que el estado es lo mas internacional que tiene España y que Alfonso XIII lo
encarna y representa.
Pero tanta pasividad política acabara pasándole factura. Se
le critica tanto por su intervencionismo como por su pasividad. Por su
militarismo patriótico como por su deslealtad. Su permisibilidad como su impermeabilidad
hacia los movimientos sociales. Su aquiescencia con la Dictadura de Primo de
Rivera como por su quietud ante la proclamación de la segunda República. En
definitiva, era odiado por la derecha que le consideraba blando y por la
izquierda por su carácter autoritario y su posición clerical.
En noviembre de 1931, la Comisión de responsabilidades de
las Cortes Constituyentes emitió un dictado que le condenaba por apartarse de
las normas constitucionales de 1876, y por padecer una irrefrenable inclinación
hacia el poder absoluto.
Cinco años después, cuando los sublevados aun piensan en la vuelta
del monarca, se ha convertido en un personaje que repele a todos, y del que
todo el mundo desconfía.
Las tres misiones básicas de las que Alfonso XIII iba a ser
el encargado de conducir en el futuro inmediato del país, eran las de formar
gobierno con los dirigentes de ambos partidos, el mando del Ejercito, y la
mediación entre el poder civil y militar. Por desgracia los grandes fracasos de
la época inciden especialmente en sus funciones básicas. El caos parlamentario,
así como la guerra de Marruecos, le salpican directamente en sus responsabilidades.
Y ambos poderes se enfrentan entre si culpándose de sus males haciendo inútil
el empeño del rey por estabilizar ambos poderes.
Soldado herido en la guerra de Marruecos.
Cansado de la vida política, da un espaldarazo militar a la
guerra de Marruecos en la que concibe que España debe demostrar su capacidad en
desempeñar la labor civilizadora que Europa le ha encomendado. Confía en la
estrategia militar de su general Silvestre, que acaba siendo uno de los
culpables del desastre de Annual. El Rey califico públicamente esta derrota
como el gran dolor de su vida.
El desastre militar de Annual pasaría factura a la confianza militar del rey
A partir de esta derrota militar, la izquierda se vuelca en
sus críticas contra el monarca, y desde el otro extremo político, se empieza a
crear un movimiento de inadversión contra el anarcosindicalismo, el catalanismo
y el parlamentarismo. Todavía en 1922, Alfonso XIII visita Barcelona y pide a
la junta de Gobierno que “se mantenga dentro de los límites que marcan los juramentos
hechos a vuestro rey”.
Pero en agosto de 1923, justo antes del golpe de Primo de
Rivera, cuentas sus íntimos que Alfonso XIII ya barajaba la posibilidad de
gobernar anulando el parlamento y con el apoyo de la Junta Militar del Estado.
Dicho rumor no hizo más que acrecentar la teoría de que Alfonso XIII tenía previo
conocimiento de la insurrección golpista,
aunque ni la estimulara ni la organizara. Alfonso XIII termina por nombrar,
ante la ausencia de oposición, ministro único
dentro de la legislación a Primo de Rivera con el que pasa a despachar
todos los asuntos de estado.
Primeros despachos de Primo de Rivera con Alfonso XIII en el despacho del rey
El propio Alfonso XIII confía en que la dictadura sea un
corto trámite que apacigüe el hervor popular y espera en regresar al sistema
parlamentario. El éxito militar del desembarco de Alhucemas y la desunión de
los enemigos de la dictadura, prolonga el estatus del dictador y Alfonso XIII
tampoco da ningún paso hacia la destitución. En el ambiente europeo, para más índole,
renace el miedo al comunismo.
Es en los prolegómenos de la Sanjuanada, cuando Primo de
Rivera presenta su dimisión y es el propio Rey el que le dice “si como pareces
atribuyes a este Gobierno alguna gravedad, no me parece el momento más oportuno
para que dimitas. Espera a solucionar tus problemas de algún modo o espera a
ver si la cosa tiene mayor importancia”. La oposición monárquica se siente decepcionada
nuevamente con la pasividad del Rey, y ya se deja caer en el ambiente la
posibilidad de un futuro republicano.
En 1929 Primo de Rivera vuelve a presentar la dimisión y
esta vez, el rey le pide un periodo de dos años como transición. El cuerpo de artilleros,
afín a Primo de Rivera, intenta un golpe de estado y en sus cuarteles se retira
la imagen de Alfonso XIII. Los estudiantes se unen a las protestas contra la Monarquía;
publican panfletos, decapitan estatuas del rey y ponen en los balcones de Palacio
carteles de “Se alquila”. El ambiente está crispado pero las aguas vuelven a su
cauce.
Alfonso XIII finalmente, después del periodo de transición,
acepta la dimisión de Primo de Rivera, y nombra a Berenguer convencido de que podía
regresar fácilmente de una dictadura a la monarquía constitucional. Pero los
republicanos le llevan ventajas en muchas ciudades y la derecha ha variado su
rumbo por el escaso compromiso con el régimen. Ante tal adversidad, solo queda
esperar a los resultados de las elecciones de Abril de 1931.
Sin embargo y después del resultado de las elecciones,
decide marcharse de España sin abdicar. Desoye a sus ministros; Romanones
prepara una “ordenada trasmisión de poderes” y Maura redacta el famoso
manifiesto de despedida en el que el Rey reconoce los errores pero asegura que
fue siempre por el bien de España. Reconoce a España como “la única señora de
sus destinos” y se exilia en Marsella. Alfonso XIII, según contara más tarde,
se estremece al despedirse de la foto de su madre en Palacio y al perder de
vista la costa española. Viaja en el buque Príncipe Alfonso en la que ve bordar
una bandera republicana.
Aunque sus derechos sucesorios pasan a Don Juan, el monarca
no abdica hasta enero de 1941. Solo un mes después de abdicar muere en Roma a
los 54 años y deberán trascurrir 40 años hasta que sus restos mortales fueron
trasladados al Panteón de los Reyes en el Monasterio de El Escorial.
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